Mijo me preguntó que significaba la palabra “canillita”. Él había oído
la frase de su abuelo y yo le dije que así le llamaban hace muchísimos años, en
El Salvador, quienes vendían diarios en las calles de la capital.
-Papapepe dice que fue canillita cuando pequeño, ¿es cierto?
-Él me contó lo mismo a mí, pero no sé si es cierto, yo no vivía
entonces...
Ya me imagino al abuelo Papapepe como canillita... dijo a sí mismo, y yo le vi salir
una sonrisa de orgullo.
-Te equivocas si pansas que los vendedores de diarios en El Salvador son
igual a los de aquí.
-¿No son igual que Rubén y su familia?
Nuestro vecino Rubén en Chicago tenía un chalet con venta de periódicos,
revistas, y magazines en la estación del tren urbano sobre la Rockwell Street,
pero Rubén y su familia tenían casa propia, dos carros bonitos, vacacionaban
dos veces al año y quizás tenían una buena cuenta en el banco... “el sueño
americano”... ¡Y Rubén era canillita!
-Para empezar mijo, en el país que
abandoné en 1981, quien vendía diarios, raramente poseía carro o casa propia.
Con extraña rareza, si alguna vez la hubo, canillita era un oficio mal pagado y
sin futuro. La familia de mi papá no era rica ni mucho menos acomodada y mi
tata cuenta que cuando adolescente, vendía periódicos y revistas para llevar
dinero extra a la casa y para sus propios gastos personales, pues a tus
bisabuelos no le alcanzaba para eso.
-¿Es cómo decir que en El Salvador el rico vive
pobre...? Me dijo
con una sonrisa confusa y extraña.
Mijo llegó a este país de 18 meses de edad, él principalmente había
conocido un gran mundo: el mundo anglosajón... pero también el microscópico
mundo de El Salvador en la diáspora. Cinco familias de cinco hermanos formando
una entera familia, donde el calor salvadoreño imbuía cada hogar y mi tata el
patriarca. Pero, aparentemente, fue suficiente para confundir a mijo y quizás a
cualquier salvadoreño nacido en USA.
-¿Y como vivían el rico y el pobre en El
Salvador que tú viviste?
El problema con mijo era que él sólo
conocía la pobreza de Chicago, una ciudad de más de tres millones para los 90s.
Él sabía que era Cabrini Green, Robert Taylor Home Proyects, Humbolt Park...,
mejor conocidas como áreas de negros y “potorros”, donde había más bien
descuido que carestía, negligencia más que necesidad, o sea, donde vivía un
pijo de huevones.
Cabrini Green y Robert Taylor eran
proyectos multifamiliares donde las familias pagaban renta baja, y la ciudad,
el estado, y el gobierno federal daban ayuda económica mensual sin falta, y
entre más hijos, más plata... ¡Puta que verga!... ¡Pagaban para que no se
trabaje, sino pa que se coja!... por eso entre el negro y el puertorriqueño (la
segunda mayoría hispana en Chicago hasta los 80s) había un alto índice de
natalidad, y una elevada taza de desempleo. Pero no porque no había trabajo,
sino porque no se quería trabajar, ¿para qué verguearse por cinco pesos la hora
si el gobierno daba más?
Por eso llamaba la atención ver que en la última semana de mes, en las
casas de cambio, desde las siete de la mañana, había largas filas de hasta una
cuadra de largo, era gente que llegaba a reclamar los cheques y estampas de
comida del gobierno federal, pues la ciudad les pagaba el gas y la luz. Los
fines de mes, miles de gente, principalmente negros e hispanos puertorriqueños,
alineaban los “Check Cash &
Currency Exchange”..., Consecuencia de esto, en Chicago de los
80/90s, en esas áreas había más casas de cambio y cantinas que escuelas...
Pero generalmente el negro, o el
hispano, viviendo del welfare tenían cadillacs del año, y en sus destartalados
apartamentos había lo último en tecnología, pero también había alto índice de
delincuencia, drogadicción y deserción escolar.
Pues bien, estos eran los “pobres” que
mijo conocía...
Platicar con él sobre este tema a mediado de los 90s me provocó Deja
Vu en 1999, cuando después de 18 años viviendo en Chicago, opté por
regresar y vivir en El Salvador, e intentar por segunda, y última vez, terminar
el doctorado de medicina que dejé truncado en 1981.
Como estudiante de medicina de una universidad privada en San Salvador,
yo tuve que llegar a ser miembro, a huevos, de la recién introducida ley de
Sistema de Prevención gubernamental contra el Dengue, con la cual mi
universidad colaboraba. Así, en los meses más calientes del año 2000, anduve
con una enfermera, un inspector de salud, y una trabajadora social, buscando y
echando abate en pilas y aguas estancadas de los prehistóricos y
malolientes mesones de la ciudad de Sonsonate.
Yo nunca me imagine los mesones aún existiesen exactamente como yo los
viví, pues en el que yo nací, aún después de más de cuatro décadas, lo
recordaba bien, pero ya no concebía que humanos pudiesen seguir viviendo en
esas condiciones tan deplorables.
Después de casi 20 años ausente del país, tenían que haber cambiado las
cosas para mi gente..., pero no era así... y me topé de nuevo con la triste
realidad... y el Deja Vu.
En un mesón de Sonsonate recordé que yo nací en un “building” de
12 cuartuchos similar a este en el viejo San Salvador, y al encontrarme de
nuevo en él sentí el famoso Deja Vu; o sea, el mismo olor, el
mismo patio de polvo, el mismo pasillo de tierra, las mismas tejas, las mismas
macetas, las mismas enroscadas veraneras en las paredes de lámina, bambú y
lodo, los mismos inocentes niños, las mismas caras sucias sonrientes, y las
mismas panzas prominentes...
Se me vino de repente una retahíla de
recuerdos, me di cuenta que para entonces, en mi infancia, no tenía ni pizca de
idea como vivía el rico, pero bien sabía como vive el pobre... una maceta
cuadrada llena de agua estancada me regresa al presente, miro al fondo, unos 20
metros, al otro lado del patio, un rótulo pequeño de madera leía “Letrina”.
Después de vaciar la maceta me voy a la letrina, que eran dos y a la vez
eran baños.
Los mismos tenebrosos cubículos, la misma pila negrusca, la misma negra
regadera, la misma taza sucia y amarillenta delimitada en el interior por el
agua...
¡Y los mismos papeles de diario!
El Deja Vu me hizo recordar que yo, sin tanta paja, me he
limpiado el culo con el Diario de Hoy de quiquito, y la Prensa Gráfica del gran
duque Dutriz.
Cuando entonces era hora de ir a cagar en mi mesón, tenía que llevar
tres papeles de diario recortados por la mitad: el papel pa lim,
el papel pa pon, y el
papel pa ler.
El papel pa lim era obvio su uso, era para limpiarse el
culo.
El papel pa pon era el que hacía de sentadero para no
mojarse las nalgas con miados, también amortiguaba el frío de la vieja taza sin
sentadero.
Finalmente el papel pa ler, era el que cuidadosamente se
escogía, más se usaba, y servía, además de la noticia del gol de cabeza de
“Volskwagen” Hernández, la gran jugada de Avellaneda, o el atrapón de Araña
Magaña…, también espantaba el vergo de moscas y mosquitos que buscaban postre
en el culo, y también era el papel extra en caso no ajustara...,
definitivamente el papel pa ler era el más valioso tocante a este
negocio.
El papel higiénico sencillamente no era afrontable y era usado sólo por
las mujeres, las raras veces que se dio el caso de usarlo entre mi marita de
párvulos, en vez de limpiar llenaba los dedos, decisivamente ese volado no nos
gustaba a los machitos, y el más grande de la marita, para alivianar el ahuevado
tema, nos decía que el papel higiénico era para mujeres…, y para culeros.
También recordé que más de una vez
vi madres salir hechas cuete al grito “mamáaaaaa” debido algún anélido
prendido en el culo de algún mono como yo, y nadie defecaba o se bañaba sólo en
el baño-cagadero pues allí vivían candiles, arañas, cucas, el cachimbo de
zancudos, y otra flora y fauna.
Pero cuando regresé a mi patria por
segunda vez en 1999, ya no me podían dar paja, pues había visto y rasguñado
como viven los ricos.
Pensé ahora como entonces que había algo así como parámetros para decir “este
maje tiene pisto”, o sea, como aquí en Estados Unidos, especialmente en
Texas, donde he advertido que el tener carro del año se intenta transmitir el
mensaje “miren majes, estoy viviendo vergón”, aunque la casa de miedo, o
sólo se trabaje para pagar el carro... O como los hispanos “texanos” que
piensan que no hablando español los hace “americanos” y “blancos” como los
gringos, por lo que esconden el hecho que hablan el idioma y que sus tatas son
hispanos.
Mi impúber mente pensaba entonces que
quién tenía carro, teléfono y televisión era un macizo, pero en medio de esos
mesones en Sonsonate me di cuenta irrefutablemente que con 20 años de gobiernos
areneros corruptos las cosas no habían cambiado de hace cuatro décadas.
Aunque no sé de carros, el promedio
10-20 familias que vivían en estos mesones cocoteros en el año 2000, como los
negros de Cabrini Green, o los potorros de Humboltd Park, casi todos tenían
celulares, televisión, cable, estéreos..., etc.
Los parámetros materiales, pienso ahora, han dejado de diferenciar al
rico del pobre.
Pero estoy seguro ahora que el parámetro que nunca cambia es la
educación.
La educación es la que hace libre, no la verdad, la verdad se estira y
se encoge, la verdad en esos mesones es paloma vivirla, ¿quién no preferiría la
verdad de la Escalón, Santa Elena y USA?
Yo hoy puedo atestiguar a mi mismo que la verdad con educación es más
vergona que la verdad sin ella, aunque se esté bañado en pisto, sin educación,
es como ser pobre de mesón... la educación no se estira y se encoge como la
verdad... Educación sólo es una, verdades hay muchas...
Y la verdad de la educación en El Salvador la vi con mis propios ojos de
1999 al 2001.
La falta de oportunidad para educarse, y
la falta de oportunidad del educado para desenvolverse es lo que tiene, hoy
como entonces, crónicamente pobretaria y enferma a mi gente.
No puede haber progreso sin educación.
Como no puede darse una efectiva educación con gente enferma y desnutrida.
Como cada problema tampoco se resuelve
de la noche a la mañana...
Pero en mi Señorío de Cuzcatlán, desde
hace 186 años, ni aún se comienza.
Tamen
.