Mi hermano mayor Julio y mi primogénito Jorge Jr., fallecieron en diferentes
años, diferente mes, pero con una semana de diferencia. Julio se fue a su Cuadrante en marzo/2014 y mi hijo en abril/2001... Julio, de 72 años, murió de un infarto
cardíaco, mi primogénito, de 21 años, fue acribillado con 10 balazos por dos policías
racistas de Chicago. A mi hijo en su honor escribí Cuadrante NF… pero a Julio
no necesito escribirle nada porque él lo ha escrito todo mucho mejor que yo. Sería un sacrilegio que yo le
escribiera.
Tengo un libro interesante que mi hermano me regaló, no lo leí inmediatamente, era 1991 y yo andaba entonces en otras ondas, pero lo volví encontrar y lo devoré.
Se trata de una publicaión de APES (Asociación
De Periodistas De El Salvador)… APES organizó un seminario en julio de 1991. El
tema principal del seminario de los periodistas salvadoreños se tituló: "El Papel De Los Medios De Comunicación En El Proceso De Reconciliación
Post-Bélica".
APES invitó a mi hermano a que disertara sobre "Las Esperanzas De Los Salvadoreños En Estados Unidos"…
Me encula cuando mi broder a calzón quitado dice sin ahuevarse que “Aquí
se ha hablado de empirismo periodístico y me he dado por aludido. Soy empírico en función de El
Salvador”.
Julio menciona sucesos en su vida que ignoraba, éxitos personales antes de su diáspora,…. En la publicación cuenta el frívolo
estereotipo salvadoreño de un chirigualense
que ocasionó el saqueo y motines que los salvadoreños que viven en Washington D.C., ocasionaron por varios días en la ciudad en 1989.
Mi hermano era buen escritor..., pero aún mejor como orador... Sencillamente mesmerizaba cuando hablaba y en Chicago muchos alcoholicos anónimos aun recuerdan sus disertaciones.
Yo con orgullo digo que tuve
un especial hermano que aún y
siempre quiero y extraño mucho.
¡Mis fraternales abrazos van hasta tu Cuadrante broder!
Yo no tengo como virtud ser
chascarrillero, para eso soy más simple que un agua mineral... tampoco me
considero orador.
Antes de hablar sobre lo que
profesionalmente he hecho y hago y posteriormente entrar de lleno al tema,
déjenme hacer un bosquejo sobre el periodismo hispanoparlante en Chicago y
sobre la organización que presido: APLI o Asociación de Periodistas y
Locutores Interamericanos de Illinois.
En Chicago circulan más de una docena de
publicaciones con periodicidad semanal, se operan cuatro estaciones de radio
denominadas "grandes", porque mantienen programación continua, las 24
horas en español, esto adicionalmente a los 25 programas radiales, también en
nuestro bello idioma, que se escuchan en radio-emisoras bilingües y
multilingües. Con relación a la televisión, contamos con un canal con
programación parcial en español y con el Canal 44 que ha sabido mantener
producciones en las que se amalgaman magistralmente los propósitos universales
del periodismo: orientar, informar y entretener. De estos medios de
comunicación provienen los 30 miembros de APLI, mi organización... y no en sentido
de posesión, sino en el de pertenencia invertida: yo me debo a APLI.
Ustedes han leído mi nombre y que soy uno
de los periodistas visitantes. Es cierto que resido en Chicago, pero tengo la
enorme satisfacción de ser salvadoreño, tan guanaco como el Tihuilote, el
"a la púchica" y el papaturro. Mi ombligo lo enterraron en 1942 en el
Barrio de Candelaria y para aquello de que el "ombligo jala", aquí
estoy yo para reafirmarlo. Mi escuela primaria la realicé en la San Alfonso. La
secundaria en el Instituto Nacional. Escribo desde la edad de 9 años, cuando
tuve el privilegio de conocer a Don José Jorge Laínez, quien me motivó a
redactar algo para la Página Infantil de La Prensa Gráfica, al tiempo que me
estimulaba a seguir formando parte del cuerpo de locutores infantiles formado
por Doña Rubenia de Ruiz en YSU. Mr. Ikuko, se aventuró publicando varios de
mis artículos de cipote... y se me despertó la pasión por la escritura que con
el tiempo desembocó en afanes periodísticos.
A la par de mis estudios secundarios
cultivé un hábito que eufemísticamente puedo llamar bohemio.
Ya pasada la adolescencia, el Diario
Latino y El Diario de Hoy me publicaron varios artículos en la página editorial
y la emoción que sentí la primera vez que leí mi nombre en esas páginas,
solamente la pueden describir e interpretar, aquéllos que hemos disfrutado esa
experiencia.
Mi primer artículo en Diario Latino era un
paralelo entre el Plan Marshall y el Punto IV que era una especie enanizada del
Plan Marshall para América Latina, después de la II Guerra Mundial. Mi abuela,
una señora muy conservadora, y con una singular capacidad para oler un solo
color, leyó el artículo y al finalizarlo se me quedó viendo con unos ojos
similares a los que pone un policía cuando va a dar una esquela y dijo:
"...me huele a rosado..." Ese fue el primer estímulo a mis afanes.
Mi hábito y un círculo bien hermético,
casi infranqueable, de profesionales del periodismo salvadoreño de mediados
de los sesenta, me impidió la consecución de un empleo en ese campo. Pero como
nadie es profeta en su tierra, aquí estoy participando en este seminario
periodístico y paradójicamente he sido invitado a él, como un honor que no
creo merecer, por mis colegas de El Salvador.
El tema que me han asignado, tiene mucho
de hipotético, porque a pesar de que todos deseamos la paz, este desangramiento
parece ser talla única:
Se estira y se encoge de acuerdo a las
circunstancias y al criterio de quien pronostica el cese del fuego. Hoy se dice
que hay más esperanzas que ayer para lograr un acuerdo pacificador y no
podemos omitir "que la esperanza es la hermana más pobre de la fe".
Un militar de alta graduación pronosticó
que en tres meses se podría lograr el cese al fuego y un reputado elemento de
la oposición dijo el pasado lunes que ese paso podría materializarse en lo
"que falta para concluir este año".
Algunas veces pienso que los salvadoreños
en los Estados Unidos, estamos mayormente —y quizás mejor— informados que mis compatriotas
de acá en cuanto al desarrollo de la Guerra y a los esfuerzos por la paz. Cuando
hace unos meses la guerrilla derribó un helicóptero con un asesor
estadounidense a bordo, la información se proyectó en los Estados Unidos a la
hora y treinta minutos de haber ocurrido, y la televisión mostró gráficas
tomadas en el sitio del funesto incidente, las cuales fueron vistas aquí —en El
Salvador— más de 12 horas después de haber ocurrido el derribamiento. Y mientras
acá se entrevistaba a testigos tratando de clarificar si el asesor
norteamericano fue ajusticiado o cayó herido de muerte, en los Estados Unidos
lo de los testigos era cosa vieja y la prensa en general se ocupaba en
analizar el hecho y las consecuencias políticas.
Caso similar ocurrió con la muerte de los
jesuitas.
Indiscutiblemente, la guerra ha generado
un flujo descomunal de salvadoreños a los Estados Unidos, pero antes del
conflicto, mucho antes ya los había y no me refiero al General Manuel José Arce
ni al Presbítero José Simeón Cañas, ni a los otros próceres que visitaron la
costa este de los Estados Unidos en la primera mitad del siglo pasado, sino a
salvadoreños que verdaderamente son ilustres desconocidos quienes llegaron
buscando un futuro mejor, riquezas, bonanza, comodidades. Esta gente quizás
pensó que en Estados Unidos se cocinaban millonarios al vapor, fenómeno que se
dio no allá, sino acá... y no en el siglo pasado, sino en el presente, pero en
la década pasada.
En Sacramento, capital del Estado de
California, en el archivo que el Departamento Estatal de Minas y Recursos Naturales
guarda de los mineros matriculados como tales durante el período de la fiebre
del oro, y precisamente en el año 1865, aparece un nombre que se lee de puño y
letra A. Quiróz. Escrita supuestamente de manos del mismo Sr. Quiróz también se
lee la edad, 31 años y en la columna de donde los mineros anotaban su
procedencia, se lee en letra tipo Palmer "del Salvador".
Sobre la presencia salvadoreña en los
Estados Unidos se cuenta una anécdota que aseveran como cierta: En el primer
año de la administración del Presidente Franklin Delano Roosevelt, se celebró
en Nueva York y como parte de lo que se llamó "NEW DEAL" o
"Nuevo Trato"... el Día Panamericano.
En Chicago, en el lado norte de la ciudad,
reside una viejecita. Su nombre de soltera es María Luisa Cañas, tiene 93 años
de edad; llegó a San Francisco California en 1926 acompañada de la entonces
señorita Nina Bengoa "nuestra
viejecita", como llamamos a Doña María Luisa, se trasladó por tren a
Chicago. Salvo una excepción, en 1978, Doña María Luisa ha retornado a El
Salvador. La intención de nuestra anciana no era radicarse nuevamente en el
país, sino pasar acá en su tierra, como ella lo confiesa, "unas tres semanas
de vacaciones"... pero sólo duró 11 días. Doña María Luisa Cañas, además
de ser un valioso rosario de anécdotas del Chicago de los años 30, también es,
a mi juicio, uno de los pocos sobrevivientes que quedan del terremoto de 1917 y
su conversación sobre la vida de San Salvador y Santa Tecla de los comienzos
del siglo, es un aporte inexplotado para nuestra historia, que hemos escuchado
con ese pintoresco español que ella habla con acento anglo-sajón, pero
ilustrado con nahuatismos como bicha, achís, bolados, etc... Doña María Luisa
Cañas es todo un show.
La emigración salvadoreña a los Estados
Unidos ha sido lenta pero constante, aunque la guerra que nos desangra la
dinamizó y si antes de 1980, San Francisco y Los Ángeles eran los sitios seguros
para una aventura buscando el toque de Midas, después de 1980 se abrieron otras
plazas como Houston y Dallas en Texas. Detroit en Michigan, Philadelphia y
Pittsburg en Pennsylvania y, la más notable, Washington D.C., en donde vive
casi toda la población masculina de lntipucá y cualquiera que visite ese pueblo
hoy en día, como yo lo hice en enero pasado, verá que es un modelo de pueblo
con casas de cemento, calles pavimentadas, abundancia de gua potable y el dólar
circula como en Washington.
En mayo pasado, la población salvadoreña
de la Capital Federal saltó al estrellato periodístico. El Washington Post
publicó un titular que decía: "Los salvadoreños muestran su temperamento
violento".
Resulta que Daniel Enrique Gómez, nacido
en Chirilagua, decidió violar la ley tomándose una cerveza en plena vía
pública. Dos mujeres policías se le acercaron para arrestarlo y... prendió el machismo
en Daniel Enrique. Lo podía arrestar un hombre, pero una mujer... eso nunca se
lo perdonaría la cherada. El parte policiaco dice que Daniel Enrique Gómez amenazó
con arma blanca a la mujer policía que lo arrestaba y ésta, al verse amenazada
sacó su revólver y le metió un balazo al joven salvadoreño. La vox populi dice
que Gómez estaba esposado cuando fue balaceado y el caso encendió la mecha de
un antagonismo que hasta en mayo pasado era silencioso: Hispanos contra negros,
porque la mujer policía era de la raza de color. Lo que vino fue una crisis
municipal para la alcaldesa de Washington a consecuencia de los saqueos a
negocios, heridos, arrestados y noticias... muchas noticias sobre el temperamento
belicoso del salvadoreño.
Dos publicaciones de mucho arraigo en los
Estados Unidos como son la Revista The Nation y The New Republic, usaron por
primera vez en su historia una palabreja que es patrimonio de los guanacos: el
desorden fue provocado —escribieron las publicaciones— por un
"bolito".
La natural desconfianza guanaca impidió
que nos reportáramos en el Censo de 1980 en los Estados Unidos, que por primera
vez buscaba una cifra de la población latinoamericana país por país. Para dar
un ejemplo sobre lo irreal de las cifras censales del 80, puedo informarles que
ubicó en Illinois, en donde queda Chicago, a solamente 119 salvadoreños, lo que
signficaba que mi familia y yo constituíamos en 1980, el 10% de la población
salvadoreña y dejaban por fuera a la familia Cañas, a la familia Canjura, a los
Olano, a los Cortés, a los Mendoza, los legendarios macachiches, que son
familias que yo encontré cuando Ilegé a Chicago en 1969.
Todavía no han sido dadas a conocer las
cifras del Censo de 1990 en lo que respecta a nacionalidades, pero puedo
pronosticar que prevaleció el temor a reportarse en ese censo o... la desidia
para hacerlo.
He usado diferentes fuentes, incluyendo al
Servicio de Inmigración de los Estados Unidos, a colegas periodistas, a peluqueros
que son los que más saben de sus vecindarios, a jefes de policía, sacerdotes,
trabajadores sociales, etc., para darles estas cifras que —óigase bien—
pudieran ser conservadoras: en Los Ángeles viven 400 mil salvadoreños; en San
Francisco 100 mil; en una ciudad aledaña a Nueva York, llamada Hempstead viven
50 mil salvadoreños y en esta cifra no están incluidos los guanacos de Jamaica
y Brooklyn que son parte del área metropolitana neoyorquina.
En Houston, Texas, los salvadoreños son
unos 50 mil; en Miami, Florida unos 25 mil —y no estoy hablando de millones de
dólares-. En Washington, en donde hay restaurantes con nombres como El Migueleño,
Planes de Renderos, El Faro Santaneco, etc., hay 40 mil salvadoreños y de esta
cifra están excluidos los guanacos de Alejandría en Virginia y los que viven
en Baltimore, Maryland, que son ciudades aledañas a la capital federal.
En el área metropolitana de Chicago
habemos 50 mil salvadoreños y... creo que me quedo corto.
En esta semana una publicación local dijo
que los salvadoreños enviábamos 60 millones de dólares mensuales al país;
permítanme corregir esa cifra basado en datos proporcionados por el
Departamento del Tesoro y el Servicio Federal de Rentas Internas de los Estados
Unidos: son 72 millones de dólares mensuales los que enviamos los 750 mil
salvadoreños que vivimos en los Estados Unidos en donde suspiramos por las
semillas de paterna, los frijoles de seda, los huevos de amor, las gallinas
indias y tantos otros platos del tipismo gastronómico salvadoreño.
El año pasado, el Congreso de los Estados
Unidos aprobó una ley denominada "Estado de Protección Temporal" o Temporal
Protection Status exclusivo para la población salvadoreña. Esa ley proveería
permiso de trabajo por 18 meses a todo aquel compatriota que lo solicitara.
Técnicamente, esa ley ha sido un fracaso, porque al apegarse a ella, el
salvadoreño quedaría, vamos a decir, fichado y si los 18 meses no se prorrogan
como existe la posibilidad, los que tomaron ventaja de la ley serían candidatos
potenciales a la deportación. La fecha de vencimiento para solicitar esta
supuesta ventaja terminaba el 30 de junio pasado y cuando digo que técnicamente
la ley ha sido un fracaso, lo confirma el hecho de que se ha prorrogado por 30
días más la fecha de vencimiento para solicitar el Estado de Protección
Temporal.
Si el pueblo salvadoreño está
ideológicamente fraccionado en mayor o menor grado, la población salvadoreña
de los Estados Unidos también lo está. Si aquí hay izquierdas y derechas, allá
también las hay.
Pero existe uniformidad de criterio en
cuanto a la paz, que se desea allá, tanto o más que acá, una paz que de llegar
no provocará el retorno en estampida de los salvadoreños, que por otra parte es
inconveniente para las iniciativas económicas que deben implementarse con la
llegada de la paz, las que se agravarían en primer lugar porque mermarían los
72 millones de dólares que mensualmente afluyen al país y en segundo lugar porque
el retorno masivo causaría un espejismo económico que se disiparía tan pronto
se le agoten al salvadoreño los dólares —que no serían muchos— que trajo a su
regreso.
Cuando hablamos de norteamericanos,
usualmente pensamos en los Estados Unidos, discriminando de la geografía
septentrional del hemisferio occidental a México y Canadá. Luis Enrique Mercado
Sánchez, un periodista mexicano experto en asuntos económicos, nos manifestó en
Chicago que hay una población fija de unos 20 mil salvadoreños sólo en el
Estado de México.
En Canadá, Montreal y Toronto han sido
ciudades mucho más hospitalarias para nuestra gente que las grandes urbes de
los Estados Unidos. Se calcula que en Montreal hay unos 15 mil salvadoreños, en
Toronto unos 10 mil, gracias a los programas de expansión migratoria que el
gobierno canadiense ha implementado. En la Provincia canadiense de Alberta, precisamente
en la ciudad de Calgary, el periodista Benjamín Guzmán edita un semanario con
mucho éxito y los tres mil ejemplares de su publicación son consumidos
ávidamente por los 8 mil salvadoreños que parecen haberse adaptado al frío de
esa gélida ciudad.
Aquí se ha hablado de empirismo
periodístico y me he dado por aludido. Soy empírico en función de El Salvador;
sin embargo, los múltiples cursos que he recibido, incluyendo uno intensivo de
30 días sobre periodismo científico en la Universidad Columbia-Missouri, me
han hecho sentir confianza en mí mismo para continuar practicando un
periodismo, llamémosle vocacional, pero un periodismo de audacia con
objetividad y prudencia con veracidad.
Como salvadoreño y como periodista, tengo
un compromiso ineludible con mis compatriotas, pero no se crea que cumplir
esa tarea es cosa fácil, porque siempre resaltan la malicia pipil, la
desconfianza política, las envidias y tantos otros factores que son los que nos
mantienen dispersos, diáspora que se complica por la inmensidad de las urbes
norteamericanas.
El salvadoreño sueña con regresar, pero
salvo raras excepciones, después de haber vivido seis meses en los Estados
Unidos, muy difícilmente lo hará; buscará radicarse legalmente o vivirá por
años y años ilegalmente pero siempre mostrando su emprendimiento y amor a la
patria que se siente más cerca, cuanto más lejos esté el terruño.
Allá en los Estados Unidos, cantamos el
Himno Nacional a garganta batiente y con la piel de gallina; ayer, en este
recinto, el Himno fue melódico y el canto fue un susurro.
Esta mañana mi colega y amigo Fernando
Prieto, hablaba de la consecución constitucional de la doble ciudadanía para
los colombianos que han adquirido otra.
Los salvadoreños —decía él— tienen esa
ventaja; pero también debo aclarar que tenemos el privilegio de ser los únicos
en el mundo que, además, gozamos —también por derecho constitucional— de
múltiple ciudadanía; sin embargo, ¿de qué sirve ese derecho cuando no podemos
cumplir con el más sagrado de los deberes, que es el sufragio? Y en ello
Colombia, Perú y Ecuador marchan a lá cabeza pues los nacionales de esos países
pueden cumplir con el deber del voto estando fuera de su patria.
Quiero finalizar esta exposición
pidiéndole a la clase pensante de mi patria, a mis colegas de APES y a los
salvadoreños en general, que se solidaricen con el esfuerzo que se está
gestando en diversas ciudades de los Estados Unidos, en donde organizaciones
como el Comité Cívico-Cultural Salvadoreño de Chicago se aglutinarán en un
organismo común para peticionar ante las autoridades respectivas, no que se nos
otorgue porque lo que es legal no se limosnea, sino que se nos retribuya el
derecho del sufragio para aquéllos que como yo, residimos en el exterior.
Julio César Montoya
Tamen
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