
Este relato ya lo publiqué
una vez, y
otra vez, y
otra vez, repetir para mí, es reforzar la certeza que soy ahora producto del que fui, sin necesariamente ser el mismo, y si me olvido lo podría volver a
repetir, por eso
lo repito una y otra vez.
Hasta hace 46 años, cuando un bicho chaquetero, el
Día de los Indios era esperado por mi, no porque me gustaba vestirme de indio, realmente nunca me gustó, sino por la
caravana.
Sucede que mi madre tenía la tradición de llevarnos ese día en una carreta halada por una
yunta de bueyes desde el centro de la capital donde vivíamos hasta la iglesia la
Ceiba de Guadalupe, un viaje, hoy día de 20-30 minutes, en una yunta de bueyes era de seis horas.
Pero la condición de mi madre para poder viajar en este lujo era
vestirse de indio. Lo hice hasta que cumplí diez años, la última caravana que mi madre organizó, y para que ella aceptara llevarme, le puse
parches a un blue jean y a una camisa vieja, y me pinté el bigote (la parte que más me gustaba) mi madre aceptó ésta modificación de no tan buena gana… fue la última vez que salimos en familia en caravana.
Debido a esto la Ceiba de Guadalupe, y la Virgen de Guadalupe, siempre tienen un profundo respeto en mi mente, y un
dulce recuerdo en mi corazón. Y tanto la Virgen como la iglesia son piezas fundamentales en el
turning point de mi vida, cuando en 1979 me pasó este suceso, se alteró mi existencia para siempre.
PREMONICIÓNDoña Marina era una mujer de estatura baja, pelo negro corto, piel clara, cara siempre sonriente y ojos dulces.
Hacía ratos había ingresado al hospital y su carisma humilde y alegre nos había cautivado a todos los estudiantes, residentes y médicos de staff.
Ella llegó con un "me canso rápido al caminar y me da mareos". Su palidez y exámenes de laboratorio confirmaron Leucemia... una enfermedad terminal de la sangre, y la falta de tecnología de nuestros centros de salud en la época de los años 70s, la hacía una segura muerte.
Todos los estudiantes practicantes conversábamos con ella, y dentro de mi rotación, se me asignó su cama.
Varias mañanas, después de la ronda, me quedé platicando con doña Marina e hicimos una personal amistad en dónde ella, como madre y mujer madura, aconsejaba un estudiante de medicina huérfano de madre en la flor de su juventud.
Tenía tres hijos y un esposo quienes religiosamente llegaban todos los días a visitarla. Doña Marina había entrado caminando, pero la enfermedad había progresado hasta destinarla a la cama... pero su cara y espíritu alegre nunca la abandonaban... y éste día cuando ella me dijo su Premonición, estaba tan débil, ¡y todavía!, su dulce sonrisa no era forzada...
Sucedió a principios del último Diciembre de la memorable década de los años 70s. Yo me había voluntariado quedarme por vez primera hacer turno nocturno en el Hospital Rosales. Era Lunes y llegué después de haberme puesto una señora talega el fin de semana, un
samingo de pura jodarria y chupe, de esas mini zumbetas que lo dejan a uno moralmente hecho mierda.
Mis ojos eran rojo carmín y mis nervios cables eléctricos.
Las adicciones que ocasionaban despelotes en los años 70s, entre la juventud universitaria capitalina de la que fui parte, eran limitadas a seis drogas: música rock, guaro, cigarros, marihuana, cafeína y anfetaminas..., algunos se limitaron a una, muy raros los que a ninguna, y el gran pijo, como yo, a todas.
Entre mi mara jamás recuerdo hubo crack, cocaína, o para arriba, la marihuana era la droga más "fuerte", pero también era la más perseguida y estigmatizada; en cambio, los cigarrillos eran más socialmente aceptables, el alcohol el más aclamado, el café era de ley, y la anfetamina una necesidad.
El ponerse a verga era parte del currículum de la mayoría de los estudiantes de Medicina de mi época de los 70s.
Terminar un parcial, o una rotación clínica, y después ponerse a verga en La Puesta del Sol, Mar y Tierra, El Zorba, o cualquiera de las tienditas que abundaban alrededor de la Universidad, o del Hospital Rosales, estaba en el pensum de la carrera de Medicina entre mis compañeros con quienes rolaba y estudiaba... y las anfetaminas vendidas libremente a dos por peseta como
pastillas Sinsueño sacaban de agüite cuando por agarrar zumba o por huevón, no se estudiaba con tiempo.
Todas estas drogas, excepto la mota, se vendían libremente en la tienda o la cantina de la esquina desde los siete años para arriba.
Pues una de esas papalinas de dos días que se termina viendo diablos es la que me había clavado el fin de semana cuando como a las diez de la noche de ese fatídico lunes, y con una terrible goma que sólo mi juventud la hacía soportable, Doña Marina me llamó y me decía:
-Qué le ha pasado doctorcito, usted anda muy mal mi hijito, a ver ¿porqué bebe? ¿No ve que está echando al traste su vida? ¿Por qué no deja el vicio?... -Siempre me aconsejaba, eran regaños placenteramente sanos... pero cuando yo andaba sano, pero en medio de la cruda ese día sentí tocaron mi orgullo y contesté ofensivo y sarcástico:
-No niña Marina, sólo fue una celebración ayer y se me pasó la mano, pero no padezco del vicio..., así me mentía a mí mismo despreciando el comentario de esta buena mujer...
-Sus compañeros me han dicho lo que hizo una vez en un viaje debido al vicio, busque a Dios doctorcito, sólo creyendo y teniendo fé en Él dejará el vicio.
Sentí una estocada profunda a mi ego.
¿Pero cómo se atreve ésta vieja hijelagranputa? -y en voz alta, y sacando pecho, agregué:
-Yo soy estudiante de medicina niña Marina – y recalqué con orgullo-,
voy a ser médico, atenderé esas enfermedades y vicios, ¿cómo los puedo padecer yo?.
Me creía inmune a cualquier mal mental o corporal, e insolentemente terminé diciéndole:
-...Y también creo y tengo fe en Dios, pero no creo sólo eso cure vicios y enfermedades, o no estaría usted aquí...
Creí pagarle con éstas palabras la herida que a mi ego su sano consejo había infringido, y a la vez retaba la fe en la que no creía, porqué cuando la busqué no la encontré, pues no la busqué con fe en hallarla...
-Dispénseme, no se lo dije con mala intención mi doctorcito, pero déjeme decirle esta cosa, y es que con mi fe yo voy a sanar, y mi Diosito no me dejará morir, pero su falta de fe lo llevará a la orilla de la muerte en la que yo estoy ahora...
Desde que llegó al hospital ella había pedido permiso para poder salir el 12 de Diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe. Ella quería entrar en penitencia de rodillas al altar de la Iglesia de la Ceiba de Guadalupe, al occidente de San Salvador y orar a los pies de la Virgen.
Debido a su estado cada día peor, el médico jefe se negó y trató de disuadirla de su idea... pero ella estaba decidida..., así, con la intervención del capellán y el ofrecimiento voluntario de una enfermera para cuidarla, se le permitió ir y dicen -yo no fui- que hizo tal y como pedía, pues de rodillas recorrió la enorme distancia desde la puerta hasta el altar de la iglesia... ¡clínicamente un enorme sacrificio físico en su condición!... ¡pero con sublime fe espiritual lo logró!...
Tres días después de cumplida su promesa a la "Virgencita de Guadalupe" sus conteos anormales sanguíneos comenzaron a estabilizarse hacía los rangos normales.
¡Y ante el asombro de todos comenzó a mostrar mejoría!
La paciente salió aparentemente libre del flagelo y virtualmente recuperada para que el médico de staff le haya dado de alta dos semanas después, el día víspera de Navidad.
Doña Marina había cumplido su parte de la
Premonición, y su
diosito no la dejó morir.
Fue realmente algo que no estaba seguro si me alegraba, y era porque, sin decirlo ni mostrarlo, traumó mi mente...
Su caso fue habladuría hasta que los sucesos políticos cerraron la Universidad meses después, y por ende, la Escuela de Medicina...
¡Pero entonces comenzó la Premonición sobre mí! Tamen.