Don Luis "lulú" decía que era ateo, pero tapándole el ojo al macho por estar en esta
procesión religiosa de Semana Santa, se defendía que sólo era antirreligioso de misa, aborrecía ir a misa.
Lulú consideraba (como mi tata, su alero de chupa), a los
evangelistas "fanáticos tontos", los curas "vivianes mentirosos", y los
mormones "espías de la CIA".
Sacando pecho mientras se empinaba un vergazo, Lulú se jactaba decir que nunca se había perdido
la Procesión del Silencio y por eso estaba esa noche allí.
Era tarde en la noche cuando comenzaba esa popular manifestación religiosa, vieja tradición en mi terruño.
Extraño nombre
porque para mí esta era una procesión bulliciosa.
"candelitas, velas"…, pasaba diciendo el cipote y
la cipota que quizás como yo, y como muchos en esa noche, era noche especial como la Nochebuena, porque se permitía andar en las calle a monos como yo a "altas horas de la noche".
Adelante de la procesión iban mujeres de toda edad y de toda clase
cantando coros tristes tapadas en sus mantillas oscuras con fe y fervor apresando entre sus
manos y pecho la Biblia…
"Pachas, tragos de a peseta, cigarros...", pasaba diciendo sin
agüitarse un hombre barbudo, color tizón, y apestando a etílico.
Por allá se oía un niño de pecho llorar, quizás por la
incomodidad de dormir en brazos en vez de su usual cuna de colchón de trapos viejos.
En una esquina había un show: cuatro o cinco chuchos se daban verga
por cogerse una chucha cerca de un basurero.
Yo, un mono chaquetero de 10 años, llegué con la
marita de mi barrio amparado en dos o tres adultos vecinos, en ellos iba don
Luis "lulú", motorista de la universidad, quien me llevaba los domingos al Flor
Blanca.
Yo le había rogado a lulú para que me "prestara" con
mi papá para ir con él a la Procesión del Silencio, nunca había ido a una, y
como todo mono a esa edad, yo quería saber. A mi viejo "no le llegaban esas
mierdas", como tampoco visitaba iglesias, pero cedió a su chero de tragos y me dejó ir.
Eran tiempos inocentes como el rostro puro y benévolo
en el cuadro de Julio Hernández Alemán que encabeza lo que escribo.
Me gustaba ir con los grandes más por curiosidad que fe
religiosa, más por quebrar el curfew que para ir a cantar el perdón Dios mío... ¡Puta!, como odiaba esa canción…, la odiaba porque la oía como entonaciones de
pipianes…, al menos así decía Leonel "pirulí", uno de la mara tres años mayor… y
yo le copiaba.
Pirulí era bueno para los culos, un pachín González para
fútbol, y bueno para los vergazos… pero no le gustaba estudiar…, también era
pequeño como yo, quizá un pelito más grande…, e iba con nosotros en la procesión
tocándole las nalgas a las chavitas que pasaban.
La Procesión del Silencio llegó a catedral alrededor
de la medianoche. Don Luis lulú, como los otros machos grandes del barrio ya
estaban bien a talega después de clavarse todo lo que quedaba del ropero de muñecoff.
Y yo, pirulí, y la demás marita, estábamos cansados y extrañando
la cama….
Pasarían ocho meses hasta navidad para que me volviera
a desvelar así.
Ya había vivido como los grandes la Procesión del Silencio y no me
gustó esa onda… decidí nunca más ir a otra y hasta hoy lo he cumplido.
Tamen
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