EL DESPERTAR

Ví como si una corona de rosas blancas adornaban mi frente, imaginé su olor, pero la verdad no olía nada. También imaginé que cantaban y lloraban por mí, pero todo estaba silencioso. No me podía mover, mi cuerpo pesado y duro no me respondió. Era un cuerpo dormido, quieto, ese mismo que nos hace sentir fuertes y valiosos mientras vivimos, pero que en un momento se vuelve frágil e indeferente a ese yo que lo domina. El cuerpo membrudo se queda roto como el árbol más delicado, como el lazo más fino; esa materia que nos engaña fácilmente por que ni es más grandioso que un grano de arena ni más fuerte que una roca. Pues al final sólo queda eso que llaman espíritu. Y el mío, mi espíritu curioso, parecía haberse quedado espiando por las ventanas de mi cuerpo, mis ojos.
Yo no lo creía, me resistía a creer semejante cosa. Hasta que después de cielo, nubes, aves y ramas, se entreveró en el paisaje el inmenso portalón blanco, casi gris y agrietado, del viejo sementerio del pueblo. Quise gritar con todas mis fuerzas, quebrar aquella ventanilla a manotazos dar de patadas a esa caja y escapar...¡escapar!
De pronto dieron media vuelta, quedando el sol frente a mí. Mis ojos entreabiertos se cerraron bruscamente, luego sentí que mi cuerpo bajaba. La sombra de los que se asomaban a verme las sentía perfectamente sobre mí. Eran pocas y pasaban con rapidez. Y me pregunté, ¿Tan mal está mi apariencia que no se detienen a contemplarme? De pronto sentí que una mirada se clavó en mí y abrí los ojos lo más que pude, era mi abuelita que hacía una cruz con sus dedos sobre el vidrio en dirección a mi frente, cómo cuando salía para la iglesia. Ahora me miraba con una media sonrisa, que mezcladas con sus lágrimas, me pareció como una mueca. Luego me susurró algo, y pensé oirla decir: - "Pronto nos veremos". Ella siempre ha creído que la muerte es vida. Me llené de horror al pensar que yo la estaba viendo y ella... ¿Cómo és que no se fijó en mis ojos abiertos? Talvéz sólo quize abrirlos, sólo imaginé ver, pero el cuerpo de carne y hueso seguía dormido, inmóvil. ¿Quién puede explicarlo? ¡Ah! ¿Pero porqué preocuparse por ver en ese momento si pasamos toda una vida a ciegas?
Después hubo sombra, solo sombra, cerraron la ventanilla de madera y sentí que mi cuerpo bajaba, bajaba lentamente. Tenía que gritar, tenía que hacer algo antes de la primera palada de tierra, pero no había nada por hacer. Dicen que para todo hay solución en la vida menos para la muerte. Es verdad, pensé, pues la muerte es la solución de un problema muy grande que se llama vivir.

SOYLAMAR
Copyright ©1997. R.I.Valenzuela
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Tamen
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