Desde que
salí desmigrado de mi terruño, no recuerdo jamás haya renegado de mi linaje
ancestral, de mi patria, ni de mi origen... No sé que es nacer en cuna de cedro y enbubierto en seda, mi infancia nunca comió en platos de china o silver spoons. Pero
por supuesto, hoy, en diferente situación económica en mi sexagésima estación, cuando
miro atrás esa primera década de mi vida, las inocentes décadas de los 50-60s,
no la cambiaría jamás por nada del mundo porque fui feliz, y porque fui feliz
la recuerdo como que fue ayer.
Continuando
con la celebración de este blog que alcanzó su decanato. Traigo este recuerdo
que escribí y compartí en Junio del 2010. Le he hecho menores arreglos y leves
adiciones para mejor claridad.
La
primitiva imagen de la presencia es un pequeño
hábitat que los capitalinos llamaban mesón.
Había muchos en la década de los 50s y 60s en todo San Salvador, y en uno de ellos precisamente yo nací.
Si bien
diferían en tamaño, el factor común de
los mesones era su geometría. Eran
diminutos, o enormes caserones rectangulares
con alineadas pequeñas celdas en los cuatro lados, que los vecinos llamaban "piezas", o "cuartos... La tradición de la gente viviendo allí había escogido
estos nombres.
El centro del rectángulo era ocupado por un enorme patio adornado con pequeños jardines. Ahí, las latas de galones de aceite El Dorado, botes de leche Ceteco
o 5 Molinos, daban refugio a vistosas rosas,
enroscadas veraneras, o veneradas mirras con su aromática minúscula flor.
Pero las
piezas de los mesones sufrían una división
geométrica más.
Las
familias dividían en dos o tres el
pulgarcito cuarto con la ayuda de "canceles". El cancel era hecho de cartón o papel cartulina sostenido por
un marco de madera, y algunos eran
tan altos como del suelo al techo y pared a pared... esta pared de papel
edificaba dormitorio-sala-cocina-comedor.
Los
canceles eran adornados con fotos de Pedro Infante, páginas de Corin Tellado,
fotos del enmascarado de plata, Mandrake,
El Fantasma, oraciones de la Biblia,
pintorescos calendarios, el Corazón de Jesús, Agustín Lara, el Alianza, Águila, "cariota" Barraza... Era todo un mural de arte.
Mi mesón se
situaba a pocos cientos de metros de lo que era reconocido entonces por la
gente como el centro de la capital
de El Salvador, o el downtown.
En medio de
este mesón había un patio de polvo que se dividía así: mitad para que jugaran los cipotes y mitad para los mirtos y las rosas.
La mitad
para jugar era polvo y lodo según la
estación, pero el cielo del entero patio era cruzado por hileras de alambre en todas las direcciones, estos alambres, a su
vez, eran sostenidos y alzados por varas
de bambú que mi madre me dejaba subir y bajar.
Estos eran los tendederos,
o secadoras de las familias para secar la ropa de todos, allí estaban las camisas
marca vara del mercado cuartel, camisas sin marca que al venderse se bajaban con una vara de bambú, los calcetines Ben Casey tan de moda
cuando la serie de Tv, los siempre famosos calzones
manta blanca hule negro en que se leía Refinería Azucarera en
letras azules... Todo se exhibía al sol después de lavado a mano, en la pila, o
en la batea.
Embarazo e hijos, en esa parca época, era un habitual rito como la comodidad es el
cántico de hoy. Eran familias numerosas como la mía con seis hijos o más, y
cuyo hogar era estrechez y vicisitudes,
pero el amor, cariño y protección solícita eran innegables y sublimes. El
humilde tesoro materno, y la machista satisfacción
paternal.
Más hijos,
más hombría...
Llegado a
mis años de razón comencé a fijarme
en la enormidad pasajera de los vientres de las mujeres en su embarazo,
palabra que podían oír los mayorcitos como yo, pero que no
podíamos saber su significado.
El dolor
del vientre femenino era mudo pecado.
Explicar el embarazo era tener que hablar de vagina y pene, besos, toques... ya era mucho que un bicho
de seis años supiera que era mamar... Esta creencia era transmitida
por los grandes, ya que un familiar mayor me dijo: más grande lo
vas a saber, por hoy mejor no preguntés..., todo esto se empandilló y me
creó el temor por preguntar... y la
palabra embarazo, que tanto oía y veía, comenzó a obsesionarme.
Alistándome
para mi Primera Comunión, me hallé un día sábado de doctrina en la iglesia Perpetuo Socorro, me llené de
valor y en palabras rápidas pregunté al padre confesor ¿qué era embarazo?... silencio
terrible que por unos segundos me hicieron pensar sobre cuántos padres nuestros, credos y aves marías iban a ser mi
penitencia por hacer semejante pregunta.
-¿Cuántos
años tenés?...
-nueve, padre.
-¿Y tu papá no te ha explicado?... –no, padre.
-¿Le has preguntado a tu mamá?... –no, padre.
-¿Tenés miedo preguntar?... silencio...
-Platicá de eso con tu mamá...
Traté de
olvidar la palabra embarazo..., pero un
mes era la niña Nena, el otro mes
la niña Rosita, el otro mes...,
siempre había una, dos, o más embarazadas que me recordaban que había una palabra que
la veía, pero no la entendía.
Entonces un
día, indiscretamente, entre al cuarto vecino sin llamar y sorprendí a la niña
Margarita apretándose una teta con
una mano y sosteniendo un huacal de
morro con la otra... pues se estaba destetando... La niña Yita puso la
queja a mi mamá quien después del regaño y pasado su enojo, le pregunté qué
hacía la niña Yita.
-Ramirito no va a mamar más...
-¿Y por
qué?
-Porque la niña Yita está embarazada.
-¿Y qué
es embarazada?...
Mi madre
reflexionó un momento observándome fijamente... y con su más linda sonrisa me
dijo:
-Embarazada es cuando las mamás asamos los
pollos en varas.
-¿Porque los pollos se toman la leche?
Me miró
extrañamente como sin comprenderme y replicó:
-Eso
preguntáselo a tu tata...
Tamen
.
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