Al leer las incursiones que mi inolvidable viejo hizo
en la prosa con sus escritos sobre la naturaleza, la vivencia humana y la
descripción de la campiña salvadoreña..., mi ruco siempre trató de emular la forma de escribir de su ídolo literario: el prócer cuscatleco Alberto
Masferrer.
Alberto Masferrer, escritor, periodista, diplomático, maestro,
político..., para mi el más prolífico y versátil cuzcatleco que ha dado mi
terruño.
Contrario a mi tata, Masferrer tenía un ideario
progresista, reformista, casi mesianesco...., hoy día fácil y rápidamente sería tildado por la iguanodonte contraparte de comunista, terrorista, terengo, tonto útil.
Aun viviendo en las edades medievales cuscatlecas el
prócer Masferrer no podía ser ignorado ni aún por la Prensa Gráfica y El Diario
de Hoy cuando la aristocracia intelectual del país lo enaltece... Claudia Lars
lo llamó "maestro y director de multitudes", Miguel Ángel Espino se refirió a
él como "apóstol de armonía social en El Salvador", Salarrué confesó la
influencia que su "espíritu superior" ejercía sobre él.
Masferrer en su doctrina prioriza que cada terrícola tiene el
derecho a un mínimun vital, o necesidad vital, en lo que concierne a trabajo,
educación, vivienda y alimentación.
En su libro "Las siete Cuerdas de la Lira", Masferrer escribe:
”Ese algo, ese agente que mueve y dirige nuestros aparatos y organismos y que
aumenta o disminuye en cada uno de nosotros la capacidad de absorber y aprender
más o menos fuerzas ambientes, y de concentrarlas y hacerlas vibrar según un
ritmo más o menos amplio, más o menos intenso, es, en esencia, el poder
vitalizador de nuestro Espíritu, que atrae, concentra, y organiza las fuerzas
exteriores, y les imprime su propio ritmo”.
Yo ahora entiendo por qué el dictador ídolo de los iguanodontes, general Maximiliano Hernández Martínez, lo tildó y persiguió por "comunista
subversivo".... Cuando este asesino era el rey (gobernó mi terruño por alrededor de una
década), las edades medievales cuzcatlecas estaban en su apogeo y se extendieron
hasta los 80s.
Alberto Masferrer nació en un bello pueblo escondido
entre los cerros y montañas volcánicas costeras en el departamento oriental de Usulután: Ciudad Alegría... Nació
en 1868 y murió el mismo año que sucedió el holocausto Izalco-Pipil de 1932,
cuando el general Martínez y la oligarquía cafetalera criolla y extranjera, masacraron
10-40 mil cuzcatlecos "comunistas subversivos".
Su ganada posición de intelectual lo llevó a puestos diplomáticos
en varios países de la región y Europa. La moda entonces es que el cuerpo diplomático
del mundo lo integraban poetas, novelistas, artistas...., eso no existe hoy
día..., hoy el diplomático es de lagartija para arriba.
Políticamente al maestro Masferrer le sucedió lo que hasta hoy día es la moda política en mi terruño: apuñalamiento por la espalda, zancadilla
empresarial, obstaculamiento judicial, demonización mediática.
Lo que le pasó a Masferrer en los comicios presidenciales
de 1930 patentiza la actual decadencia y progresión retrógrada de la clase política en
mi país debido a la carencia de mentes, no "pensantes" pero con más abolengo que masa gris, como los que le enculan
a quiquito Altamirano, sino mentes superiores como Masferrer, por eso lo cual vivió Masferrer hace 80 años se sigue dando hoy día.
Escribía Masferrer: "¿Por qué entonces envejecemos?:...
porque sentimos, y lo que envejece es la forma. Llamo aquí a sentir todo lo que
es afecto, movimiento del alma; y de forma, a la figura constante en que
nuestro cuerpo se encierra y se renueva... En verdad, el secreto y la clave de
la juventud y de la salud, vienen del ritmo que sigan los afectos del ánima, en
primer término; en segundo de la pureza y energía de nuestra forma nativa; en
tercero, del ritmo de la vida exterior que es la higiene; y sobre todo, de la
pureza y generosidad de nuestros pensamientos".
Por mentes superiores como la de don Alberto Masferrer es la
razón que mi terruño sobrevive y no envejece a pesar de los iguanodontes, brontosaurios, pterodáctilos..., y las
nuevas carboníferas generaciones de trisomías cromosomales de políticos e intelectuales saca-pecho..., y es porque antes de ellos
han existido mentes y espíritus superiores que encendieron un candil de luz en la oscura patria como alumbra el legado de don Alberto Masferrer.
TRISTEZA
He aquí que otra vez me asalta el cansancio de la
vida. ¡Qué tristeza, qué cielo nublado, qué flores desprendidas del tallo, qué
hojas secas que el viento arrastra, qué pajaritos solos en el nido, qué árboles
rotos por el huracán, qué estrellas solitarias agonizantes en el azul
sombrío!
Ahí cerca retoza un grupo de
chiquillos. ¡Almitas blancas! con qué indiferencia juegan en los umbrales de la
vida. Corren, gritar. se ríen; besa el aire sus cabecitas adorables de sus
bocas olorosas sale no sé qué chillido que llena el alma. No piensan, no preven. no aspiran, no
tienen ni recuerdos ni ensueños.
En sus corazones no hay aún ninguna cicatriz; son felices estas bestiecitas inocentes.
En sus corazones no hay aún ninguna cicatriz; son felices estas bestiecitas inocentes.
¿Quién es aquel mendigo que ahí
viene? Trae la faz arrugada, los ojos sin brillo, la cabeza poblada de canas.
Apenas se arrastra, ayudado de su báculo. ¡Qué cansancio el suyo! ¡Qué horrible
cansancio de vivir! Preguntadle su historia: qué ha hecho, qué triunfos logró,
que caídas tuvo, qué empresas llevó a cabo. -¡Ah, no me preguntéis: es tan
largo eso! No sé: mi memoria está adormecida. ¡He sufrido tanto, tantos sucesos
ocuparon mi espíritu, tantos sueños mi mente, tantas esperanzas ensancharon mi
pecho! ¡Todo eso está muy lejos, tan lejos! ¿Para qué recordarlo? Estoy
cansado, muy cansado. Dadme un vaso de agua clara y fresca, y luego, dejadme
dormir ahí en un rincón de vuestro hogar.
¿Quién
es aquel mendigo que ahí viene? Trae la faz arrugada, ¡os ojos sin brillo, la
cabeza poblada de canas. Apenas se arrastra, ayudado de su báculo. ¡Qué
cansancio el suyo! ¡Qué horrible cansancio de vivir! Preguntadle su historia:
qué ha hecho, qué triunfos logró, que caídas tuvo, qué empresas llevó a cabo.
-¡Ah, no me preguntéis: es tan largo eso! No sé: mi memoria está adormecida.
¡He sufrido tanto, tantos sucesos ocuparon mi espíritu, tantos sueños mi mente,
tantas esperanzas ensancharon mi pecho! ¡Todo eso está muy lejos, tan lejos!
¿Para qué recordarlo? Estoy cansado, muy cansado.
Dadme un vaso de agua clara y
fresca, y luego, dejadme dormir ahí en un rincón de vuestro hogar.
Qué tormento, qué angustioso trabajo,
qué esfuerzo perdido éste de luchar con la palabra.
Esta flor no es mi flor; esta montaña
no es mi montaña; este desierto no es mi desierto, ni esta lágrima es la que
tiembla en mis ojos, ni esta sonrisa es la que va y viene en mis labios con
aleteos de colibrí, ni esta tempestad es la que ruge en el piélago de mi
corazón.
No, no es esto. Torpe cincel, arpa
destemplada, pincel vacilante, he ahí lo que vale el idioma.
Lo bello, lo bello sin tasa, lo
blanco sin mancha, lo armonioso sin ruido, lo luciente sin sombra, no
trasciende, no asoma, no se encarna.
¿Quién adivinará, quién leerá lo que
vive oculto en mi cerebro? ¿quién será capaz de comprender mi poesía?
Me gusta ver la agonía de los
moribundos. ¿En qué piensan? ¿Qué sienten en el momento de la muerte? Ah, voy a
morir; ya dentro de un instante habré dejado la tierra, para siempre, para no
volver jamás. Ahí queda toda mi existencia, perdida, inútil, vana, sin fruto.
Cómo luché; como me esforcé por realizar locuras; cómo me agité para llegar a
no sé qué puerto fingido. ¿Y qué he logrado? Nada, nada, nada. Qué mentira es
la vida, qué farsa, qué ilusión engañosa. Y ahora voy a morir. Ahora ya no hay
esperanza. ¡Esperanza! ¿qué es la esperanza? .....
¡Oh qué tristeza! Todos los años los
árboles pierden sus hojas y se visten de nuevos brotes. ¿A dónde van las hojas
secas? Golondrina, ¿a dónde vas? ¿Eres tú la misma que hace un año fabricó su
nido en el alero de la iglesia? ¡Ah! tal vez aquella ha muerto de frío en algún
clima helado, y ahora vienes tú a ocupar su nido.
Cuando yo era niño tenía lindos
juguetes. No sé qué se hicieron. Mis hermanas jugaban todos los días a estas
horas con sus muñecas. Recuerdo muy bien el nombre de las muñequitas. Alicia,
la de ojitos azules y tez blanca; Juanita, que tenía cabellera rubia y sabía
decir mamá; la chiquitita Mimí, con sus botitas negras. Yo jugaba también.
Hacía casitas para las muñecas.
¿Adónde vas, buen caminante? ¿Te
alejas de tu casa o vuelves a tu querido hogar?
Veo que vas muy triste. Alégrate.
Mira qué tarde serena, qué cielo sin nubes, qué flores cimbreándose en los
tallos, qué hojas verdes que el viento acaricia, qué pajaritos chillando
alegres en los nidos, qué árboles frondosos bebiendo la savia de la vida, qué
estrellas rutilantes en el inmenso azul...
Tamen
.
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