viernes, agosto 14, 2020

Memorias De Un Desmigrado: Diosatán, Dídimo y Yo.

Me pasó unos días antes de abandonar Chicago en 1999… Era febrero… Llegué a Lincoln Park, un enorme parque a orillas del Lago Michigan. Las aguas del lago estaban congeladas. Eran las 4 de la tarde, casi la hora crepuscular en invierno. La temperatura era 2 bajo cero ºF, que con el viento, o wind chill, se hacía -10 Fahrenheit.

Yo estaba viviendo en esos momentos una de esas situaciones muy difícil de explicar a otro… Esas situaciones personales que agotan la mente y aceleran las vísceras, cuando uno quiere buscar aislamiento para no reventar…, o reventar en soledad.

-¡Hey, compa!... por favor, ¿podés ayudarnos?...

Mi mente regresa años luz y volteo, entonces veo en una banca ubicada a orilla del track que recorre todo lo largo de la ribera del lago. Había dos individuos, uno joven con cara de adolescente que se hallaba parado junto al otro, mucho más viejo, sentado en la banca. Este último sujeto tenía un plante senil con su cabellera blanco-grisácea haciendo tono con la nieve cubriendo todo el piso del parque…, y un enorme puro en su mano izquierda.

-El amigo aquí acaba de llegar a Chicago de El Salvador, -me dijo el viejo- quedó en verse con alguien aquí en el parque, pero no llegó y el chero aquí se quedó a dormir conmigo en el albergue, ha comido poco y necesita un dólar pa´l bus, quizás vos le podés ayudar... -me dijo en tono con gesto salvadoreño.

El longevo era piel pálida, frente ancha, arrugada, una sucia bolsa plástica a la par, usaba un sobretodo oscuro viejo, botas viejas, todo en él se veía viejo, parecía "homeless" y apuntaba a mi cara con el enorme puro en su mano. Yo alejo mi vista del viejo para ver al joven…, y me topo con la sorpresa que la cara me es familiar, demasiado familiar.

-Mirá, quien quita vos podás ayudarnos en la discusión que tenemos con el cipote aquí... –dijo el viejo con pleno acento salvadoreño, mientras encendía con bocanadas la punta del formidable puro.

-Pues no sé sobre qué están platicando y si no anduviera corto de tiempo me quedaba averiguar.

-Sos casaquero. Mirá, esto te va ayudar a sacar el clavo que te trajo aquí, pero permíteme presentarnos primero, al amigo aquí yo le llamo Dídimo, o gemelo, como apodaban al apóstol Tomás, hermano mellizo de Jesús…, a mi podes llamarme Diosatán…, gusto conocerte, pues mirá, estamos discutiendo cuál es la peor muerte que existe, el cipote aquí dice que en el terruño estudió medicina como vos, y dice que para él la rabia es la peor muerte, es dolorosa, lenta, vos sabrás, lo peor es que, él dice, vos te palmás consciente… ¿Qué opinas?

-No sé de dónde ha sabido todo eso de mí, pero yo no terminé la carrera y los seis años que estudié como externo nunca vi a nadie morir de rabia, pero es cierto, he leído los contagiados por el virus mueren conscientes, atacan las fibras nerviosas, mueren en tremendo dolor, y...

-Pero dejando de paja, derechos -me interrumpió Diosatán-, yo le digo a Dídimo que, para mí, la peor muerte es morir engañado, morir creyendo que uno la ha hecho en la vida y en realidad ha valido totalmente verga, uno muere burlado, estafado…, eso es triste, para mí.

Me pareció no comprender al viejo, pues, aunque lo oía, no lo escuchaba, mis sentidos estaban tratando de identificar al joven… Me estremecí de nuevo al ver directamente su cara morena, su pelo negro semi ondulado, quebradizo, largo, la mirada avispada con ojos cual pececillos de alguna laguna negra y un negro lunar debajo del ojo izquierdo…, ¡exactamente como el mío!… Y vi en sus ojos… ¡Qué sé yo cómo llamarle a eso que vi en sus ojos!

Yo estaba totalmente seguro había visto esa cara, aunque no la podía ubicar.

- ¿Por qué piensan que soy de El Salvador? ¿Nos conocemos acaso? –dije defensivamente.

-Conocerte quizás es una suerte para Dídimo, pues consiguió el dólar, pero es más suerte para vos el conocerle a él, pues, entre otras cosas, la más barata, es que te dio chance de hacer tu buena acción de cada día.... Mirá, con él no nos ponemos de acuerdo, vos nos podrías ayudar dándonos una cuña sobre el tema..., ¿cuál crees vos es la peor muerte? –preguntó el viejo seguido dándole otra bocanada de humo al puro.

Por un instante me sentí ofuscado e hice movimiento de alejarme...

-No estamos loretos amigo – Me detuvo Dídimo diciéndome con pleno lenguaje pipil-, sólo es un tema de guiri-guiri, se lo comentaba al maistro aquí, como para no agüitarnos sin hacer nada, y él, al verlo, me dijo que usted estudió medicina como yo y que lo llamáramos.

Por un momento me corté al oír su voz, no porque me diera cuenta supiese el viejo que yo estudié medicina, sino por el timbre de la voz de Dídimo, un sonido medio ronco, nicotínico... estaba seguro ya lo había oído antes…, definitivamente esa voz y esa cara me eran conocidas…, y la voz de dídimo conminaba una respuesta.

-Lo siento, pero no comprendí el asunto que discuten, no sé cómo saben todo eso de mí, y no sé cómo sentirme, si sorprendido, halagado, mosqueado..., pero sí curioso por saber cómo y cuánto saben de mí.

-Mirá –dijo el viejo, - yo puedo ser un don nadie, como el más popular, el más inocente, como el más culpable, pero sólo soy Diosatán... Somos salvadoreños como vos. Ya nos vimos físicamente, ya nos conocemos, es suficiente entre compas, la principal cuestión es prestarle una mano a Dídimo.

- ¿Cómo te llamás? -pregunté dirigiéndome a quien el viejo llamaba Dídimo.

- Santo.

- ¿Cuándo llegaste?

-Llegué a Chicago hace dos días, crucé Matamoros hace ya una semana. Disculpen que los deje, tengo que hacer number 2, luego voy a cambiar el dólar, hacer una llamada y retacho. ¡Gracias, paisano!... -y se fue.

No puede ser, me dije a mí mismo, y dejé escapar una sonrisa pendeja, me admiraba yo mismo de la fugaz idea que en mi mente se cruzó cuando trataba de recordar quién era el joven.

-Tal vez lo que más necesitas es hablarte vos mismo -me dijo Diosatán mientras se levantaba de la banca y sin que yo preguntara nada-, si no te hablás con vos mismo, no vas a poder hablar con nadie... tu clavo es que te estás olvidando quien sos vos, porque te ves vos mismo sin reconocerte..., decía mientras se alejaba. No te olvides nunca de dónde venís, a dónde vas, ni quién sos…

En tu land, soy otra ave migratoria

que huyó del limbo que tu forjaste,

dejando un derruido nido en escoria

y mi ala llagada buscó un embaste.


En mi tierra subyugada al sicofante

por vos impuesto, yace mi memoria,

mi luz de inocencia, mi alma infante,

y huérfano de cielo, hui a tu historia.

 

En tu sky, inhalé el verde estrafalario

de tu flatulento fandango de burdel,

mi color choqueó tu ojo atrabiliario

viendo mis alas cual uñas de lebrel.

 

En mi cielo, quedó el ciprés curativo,

el limonero oloroso, la rosa nívea,

prístina. Lluvioso vendaval combativo

era albo, cobre, o pardo, cual orquídea…

 

En tu street me diste alpiste de fábula

rarificaste mi instinto con tu sentina,

convirtiendo mi simpleza en rábula

y embarraste mi pluma en serpentina…

 

En mi calle conocí el saludo gemelo

que penetra y teje el manto de arpegio

que sisea mi vuelo entonando al cielo

el orgullo sibilante del nombre regio…

 

En tu home, me diste el nido segregado

el nido más alto y más lejos del festín

temías esa sinceridad de mi sembrado

y me concebías cual un jurásico clarín…

 

En mi hogar disfrute el calor humano

que nunca más volveré a sentir, todavía

mi ardiente plumaje lleva un escribano

que guía mis restos al mosaico de mi villa…


Tamen


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