martes, junio 18, 2019

Desde Mi Diáspora: Mi Viejo



Hace doce años mi padre murió en Chicago y yo le cumplí una promesa que pidió: ser sepultado en su tierra salvadoreña.

Un viejo que fue hombre de una sola mujer aún después de haber quedado viudo de 53 años... Fue fumador enculado de los Diplomat 100 mm..., borracho en romance con los "cilindritos" ya sea Tic Tac o Espíritu de Caña..., fanático del 11 Municipal y "pecas" López..., coleccionista acérrimo de monedas, estampillas, cajas de cerillos, envoltorios de cajetillas de cigarro, tiquetes de buses..., lector testarudo y escritor callejero... y un ferviente admirador del "generalísimo" Francisco Franco…

Realmente, como dijo Piero, fue un gran tipo mi viejo.

Un guanaco nacido en alguno de los más horribles mesones que pululaban el San Salvador de principios de siglo XX y que nunca se preocupó por la glucosa, colesterol o la presión arterial.

Un ruco que, de alguna manera, vivió 93 años...

Con tan sólo tercer grado de primaria, por casi 30 años, fungió como jefe de Fotocopia y jefe de Catastro del otrora Registro de la Propiedad Raíz e Hipotecas… un nombre muy largo para una de las muchas cuevas de ladrones de los gobiernos pecenistas  de los 60 y 70 que llamaban "dependencias  del gobierno".

Mi tata dio su aporte a la nación a su manera y yo no tengo solvencia moral para juzgarlo.

Fue un asiduo de la tienda de libros del "choco albino", de los cuales yo heredé varios libros tan viejos que al abrirlos sale ese pretérito olor amarillento que despierta una nostálgica emoción, libros que quizás él nunca leyó pero que se enorgullecía y sacaba pecho de tenerlos…

Y nunca olvidaba cuando alguno de sus hijos le extraviaba un libro.

Yo heredé el color de su piel, sus ojos, su adicción al licor y cigarrillos, su interés por la investigación y disfrute de la lectura, su amor por la campiña, su lealtad a las plantas y animales… y también heredé casi medio millón de estampillas y cientos de libros que no sé qué putas haré con ellos cuando me toque partir.

Y también heredé su pasión por la poesía.



La ausencia de mi padre contemplaba de lejos,
con su encorvada espalda, su blanca cabeza,
sus pigmentadas manos luchando la pereza,
y sus erguidas piernas rechazando lo añejo,
quizás nunca reconoció que alcanzó lo viejo.

Con él se fueron años de sudores luchados,
y aquella mujer que alguna vez tanto amó,
los simples detalles que arrulló y mimó,
como aquella mirra de aquél jardín amado,
ya no hay mirra ni jardín, parece olvidado.

Me olvidé que era humano y falible a errar
y mi solvencia moral no era digna de juzgar,
pensé su desgano injusto, me dificultó amar,
creí me olvidó pues de mí se despreocupó,
supuse no le importaba y por eso se ausentó.

Lejos quedaron muchos años ya consumidos,
sus tiempos fueron muy limitados y escasos,
pero el mismo diseño del destino fue su ocaso,
si bien su soledad sus hijos la han producido,
bárbaro y bastardo sentimiento desconocido.

En estos versos yo pido perdón a mi descuido,
sentía me abrumaban sentimientos rencorosos,
así abandoné de ver lo sublime y esplendoroso,
que permitió tener mi padre existiendo conmigo,
pero arrepentido... ¡Aquí va esta rama de olivo!

Tamen
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